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LA ESPAÑA NEGRA DE DÍAZ AYUSO|RAFAEL NARBONA

 


LA ESPAÑA NEGRA DE DÍAZ AYUSO

Rafael Narbona

Vivo en un pequeño pueblo de las afueras de Madrid. A dos kilómetros, hay otro pueblo algo más grande. Hasta hace poco, disfrutaba de un centro de salud con urgencias. La Comunidad de Madrid cerró las urgencias hace unos meses. Ahora hay que acudir al Hospital Universitario Infanta Sofía, con escaso personal y saturación de pacientes. En una ocasión sufrí un cuadro de hipertensión y coincidí en urgencias con una antigua alumna que sufría peritonitis. Tardaron cuatro horas en atenderla y yo me marché a otro hospital tras una espera algo mayor. Detrás del rancio patriotismo de la derecha, únicamente hay un despiadado darwinismo social. Solo eso explica que en Madrid se cierren urgencias, se recorte un 30% el presupuesto destinado a la alimentación de los ancianos ingresados en residencias de la tercera edad, se vendan viviendas sociales a fondos buitre, se suprima el bachillerato presencial para adultos, se paralice la Renta Mínima de Inserción, se mantenga sin electricidad a los niños de la Cañada Real Galiana o se rebaje un 53’7% la inversión en hospitales públicos.

El legado del Díaz Ayuso serán las cañitas, las macetas y los 7.219 ancianos a los que se dejó morir indignamente en las residencias. Los que disponían de un seguro médico privado fueron trasladados a hospitales. El resto agonizó en sus habitaciones, sin recibir ninguna clase de atención y muchas veces con un compañero en la cama de al lado, horrorizado por lo que sucedía. La justicia exigió en seis ocasiones que se medicalizaran las residencias y Ayuso no lo hizo, pero sí facilitó que su hermano se enriqueciera vendiendo mascarillas. Cuando una niña de la Cañada Real Galiana le explicó en una carta las penalidades que sufría por carecer de electricidad, Ayuso respondió: “No gestiono sentimientos”. Parece imposible simpatizar con alguien tan inhumano, pero Ayuso, una ilustre marioneta de las sentinas del PP y las elites empresariales, ha logrado una mayoría absoluta y lo ha conseguido movilizando el odio. Odio a las feministas, los inmigrantes, los pobres, las personas LGTBI, los animales, los intelectuales de izquierdas. El infame lema “que te vote Txapote” ha arrastrado a todos los que se preocupan por la unidad de España, pero contemplan con indiferencia o regocijo los desahucios, la supresión de las ayudas sociales, la censura cultural y la brutalidad policial.

¿Todos los que votan al PP rechazan la subida del salario mínimo interprofesional o la revalorización de los pensiones? ¿Todos celebran que se cierren las consejerías de igualdad, los puntos de apoyo a las mujeres maltratadas y, al mismo tiempo, se promuevan la tauromaquia y la caza? Imagino que muchos piensan así, pero otros tal vez son víctimas de la manipulación. El PP de Esperanza Aguirre superó en 2’5 millones el gasto fijado para la propaganda electoral, lo cual anuló -según la Guardia Civil- el pluralismo político. No sé si Ayuso y Miguel Ángel Rodríguez, la mano negra que mueve los hilos quizás bajo la supervisión de Aznar y Florentino Pérez, han hecho algo parecido o simplemente han rentabilizado la campaña de odio y calumnias de los periódicos y las cadenas televisivas alineados con la derecha. Como diría Valle-Inclán, la prensa canalla es uno de los baluartes de la España Negra.

El actor Pepe Rubianes fue muy criticado por decir que la unidad de España “le sudaba la polla por delante y por detrás”. Hace poco, señalé que el ser humano necesita símbolos para aplacar su inseguridad. Personalmente, los símbolos me sudan la polla por delante y por detrás. A mí solo me preocupan las personas, especialmente las más vulnerables. Ser de izquierdas me parece un imperativo, pues es la única fuerza política que se preocupa por los trabajadores pobres, los inmigrantes, los pensionistas, los discapacitados, las mujeres maltratadas, las personas LGTBI y los animales. En las pasadas elecciones, voté al PSOE, pero ideológicamente me sitúo más a la izquierda. Eso sí, creo que la izquierda debe tomar como modelo a Marcelino Camacho y no a los gurús de la izquierda posmoderna, con un discurso elaborado en departamentos universitarios.

“¿Quién salvará a ese chiquillo / menor que un grano de avena?”, escribió Miguel Hernández, refiriéndose a un niño yuntero. Afortunadamente, aún quedan muchas personas con buen corazón que vibran de indignación ante las injusticas. Frente a la inhumanidad de una derecha que grita “vivan las cadenas”, todavía hay muchas personas que anhelan acabar con ellas. Gracia a eso, aún podemos tener esperanza.


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