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"Otra tanda de Aventuras Intrascendentes de una Jubilada Occidental"
Dijo el primer taxista: “Yo no creo en el cambio climático. Estamos todos en manos de Jesús“. Me pilló desprevenida, pues el interior del vehículo carecía de decoración alarmante. Además, tenía por detrás dos densitometrías y, por delante, un urólogo. Y, en medio, un cambio de prenda en tienda, seguido de peluquería. Así que me puse zen: “Vaya”. “Sí, el hombre, en su infinita soberbia, cree que puede cambiar el mundo, para bien y para mal, pero no es verdad”.
“Hombre, para mal”, intervine débilmente, aprovechando que pasábamos por la plaza de Colón, en donde estaban instalando (además) un globo aerostático. “Toda la verdad está en la Biblia”. Conciliadora: “A mí me gusta mucho el Deuteronomio”.
Él: “Yo soy más del Nuevo Testamento”.
“Pero reconozca que el Nuevo gana mucho si te has aterrorizado antes con el Deuto”, me animé. Siguió instruyéndome: “Dios está en todas partes”. Al bajar ante el Centro de Salud, me llevé su bendición. Funcionó, porque en el penúltimo taxi que tomé ese día fui obsequiada con un cincuentón que tenía en el móvil, como tono de llamada, unas trompetillas militares que me recordaron a varios de mis novios juveniles. Cuando le pagué se lo pregunté amablemente: “Eso del teléfono, ¿es Quinto Levanta Tira de la Manta?”.
“No, señora”, respondió, radiante. “Pero ¡también es de la mili!”.

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