La impunidad de la extrema derecha se ha vivido con toda normalidad en Valencia desde hace décadas. Es la viva expresión de la tolerancia gubernamental más execrable ante una violencia ejercida sin piedad de ningún tipo. Desde los años setenta ha sido así ante la pasividad del poder político, fuera del color que fuera. Los verdugos han sido tolerados y repudiadas y estigmatizadas sus víctimas.
En 2019 fui testigo de la absoluta complicidad de la Guardia Civil con esta extrema derecha que llamó a reventar un acto de presentación del libro 'Oriol Junqueras. Hasta que seamos libres 'en Riba-roja de Túria (Camp de Túria). En el acto participaron Guillem Agulló padre y Artur Junqueras, progenitor del líder de ERC encarcelado en Lledoners.
Un centenar de militantes fascistas se concentraron ante los dos accesos posibles en el recinto donde se iba a celebrar el acto. El boicot se había explicitado a través de los medios de comunicación. El ambiente intimidatorio que consiguieron, una vez más, no invitaba a asistir al acto por mucho que este clima sea una constante en Valencia. Sin embargo, la sala se llenó. Sí daba miedo entrar en el recinto, aunque daba más miedo salir al terminar. Los fachas, auténticos nazis que supuraban odio, se atrincheraron en el exterior, salivando ante la oportunidad de agredir a los asistentes.
La Guardia Civil se limitó a organizar un estrecho pasillo por el que hicieron pasar uno a uno a los asistentes, para su escarmiento. Insultos a chorro, escupitajos, amenazas e intentos de agresión. El odio que verbalizaban los fachas era tan salvaje que producía pánico imaginar qué podría suceder si te pillan solo volviendo a casa. Inevitable recordar el asesinato de Guillem Agulló a manos, exactamente, de este mismo odio. Y a todo esto, los agentes de la Guardia Civil desplazados al lugar, no se privaron de confraternizar con los fascistas mientras estos increpaban a los asistentes. «Sólo les faltó hacerse un selfie», diría Gabriel Rufián, uno de los ponentes en el acto.
El grotesco escarnio protagonizado por los fascistas llegó al pleno municipal de Ribarroja. El PSPV presentó una moción que, pretendiendo condenar los hechos, fue un infame aval al fascismo. Los socialistas propusieron al pleno impedir que se pudiera volver a hacer un acto de aquellas características en el castillo, para evitar así los incidentes. Y se aprobó, casi por unanimidad. Sólo Vox se abstuvo. No por defender que se pudiera hacer un acto sino, es de suponer, porque no se había ensalzado la violencia fascista. Resultado: hoy los fascistas podrían volver a Ribarroja. Pero no se podría volver a hacer un acto como aquel, acto musical, de presentación de un libro que glosa la figura de un republicano, de un demócrata condenado por defender y ejercer el derecho a decidir.
La izquierda española hoy parece haber despertado de su letargo. La irrupción de Vox y su creciente influencia han hecho que hayan terminado viendo las orejas al lobo. Hasta que Vox no ha amenazado con determinar el color del Gobierno de la Comunidad de Madrid no se han puesto las pilas. Pero la normalización institucional de los pactos de gobierno con la extrema derecha no comenzó sólo con los acuerdos de Murcia, Andalucía o Madrid para sustentar gobiernos del PP. no sólo
Estos días hemos escuchado a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, poner el grito en el cielo a raíz de la decisión de Pablo Iglesias de abandonar el debate de candidatos de la SER mientras la candidata de Vox aplaudía y banalizaba las amenazas de muerte. Colau olvida -amnèsia selectiva- que ella retuvo la alcaldía gracias a un acuerdo de investidura con aquellos que ella misma calificaba de xenófobos o llamaba 'Fondo Black', todo para retener la alcaldía e impedir que un candidato republicano, Ernest Maragall , que había ganado las elecciones y le había tendido la mano, pudiera ser Alcalde de la capital de Cataluña. Colau aceptó el cordón sanitario impulsado por el PSC contra los republicanos de la mano de la derecha extrema y con su decisión contribuyó a blanquearla, validar sus votos y utilizarla por intereses espurios en beneficio propio.
Colau, ese día, para impedir que los republicanos volvieran a gobernar la capital de Cataluña desde 1939, los convirtió en útiles. Ese día, la candidatura nacida del 15M tiró por la borda todo lo que les había dado a luz y derrochó una oportunidad histórica para avanzar en clave social y nacional. Y ahora, claro, se lamentan de haber incubado el huevo de la serpiente. Decía Gabriel Rufián: bienvenidas y bienvenidos al antifascismo militante con un abrazo fraternal. A ver si esta vez entendemos que son los compañeros de trinchera (con toda su diversidad y pluralidad) y quiénes son aquellos que querrían sepultarla.

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